martes, 4 de abril de 2017

Relato - Candyvoice parte 1

—Ulises, ¡5 minutos!
—Va, cierra la puerta al salir y… ¡Vic! Gracias por darnos esta oportunidad.
—Tú asegúrate de dar un buen espectáculo y quizás no sea el último que deis con nosotros —señaló Victoria.
Una vez salió de la habitación, Victoria dejó la puerta entornada.
«Joder, ¿qué parte no se entiende de “cerrar la puñetera puerta al salir”? Bien, Ulises. No pasa nada, céntrate. Es tu primera vez con Revenge of The Tubby Custard Machine, pero no eres nuevo en esto. Sal ahí y canta cómo si fuese el último día de tu vida».
Un familiar subidón de adrenalina se apoderó de Ulises mientras subía al escenario. Un silencio sepulcral imperaba en la sala. La calma que precede a la batalla.
El tañido de los platillos, quedó ensordecido por los clamores de un enfurecido público. Los amplificadores rugían como las bestias en un coliseo.
Como una exhalación, Ulises entró en la contienda.
—¡BUENAS NOCHES, MÁLAGA! ¡SOMOS REVENGE OF THE TUBBY CUSTARD, Y VAMOS A ECHAR EL GARITO ABAJO!

—Eso es, cargad esa preciosidad con cuidado. Ulises, aseguraos de que esté todo. Nosotros nos hacemos responsables de los robos, no de las pérdidas.
—El ampli de Panda lo tienen que venir a recoger, el resto va en la furgo.
—Va, pues toma. Los 100 euros pactados y otros 12 de gasolina. Buen bolo, chicos. Estamos en contacto.
—Gracias. ¡Por cierto, Vic! Los chicos dicen de pillar unas cervezas y de irse al puerto a celebrar el éxito de hoy. Te… —Ulises tragó saliva—. ¿Te quieres venir?
—Te lo agradezco, chico, pero me van más mayores. No obstante, si algún día decido visitar la guardería te avisaré —dijo Victoria guiñando un ojo.
De repente, una de las puertas laterales de la furgoneta se deslizó. Desde dentro, una voz profundamente nasal bramó:
—Ulises, vamos, que son las 1:45 y para las 2:30 cierra Hakim la tienda.
—Ya voy, Manu. Id encendiendo el motor.
La puerta lateral de la furgoneta volvió a cerrarse. Con un candente rubor tiñendo su rostro, Ulises se volvió hacia Victoria.
—V-va, seguimos en contacto pues —señaló Ulises entre balbuceos.

Una vez se despidieron del resto de la banda, los hermanos Von Krieg se dirigían a casa. Situado en el asiento del copiloto, con aire taciturno, Ulises contemplaba la rapidez con la que se sucedían los elementos del paisaje. Un paisaje compuesto por chiringuitos y arena, escena que, ya fuese por el gran parecido entre sí de las numerosas terrazas que colindaban con la playa, o por el hecho de haber tomado unas cuántas cervezas de más, parecía repetirse. Una ligera sensación de mareo a la que no dio importancia comenzó a acuciarlo.
—Uli, no te he dicho nada pero, oye, hoy te has portado.
—Gracias. Igualmente, Gus, y no te rayes por lo de la púa, ¿va? Tocando tan rápido es normal que alguna vez se os escape.
—Hombre, el bolo ya está dado. Ya por mucho que me caliente la cabeza… no puedo hacer nada.
—Claro, tío. Además, eres bajista. Tú no te preocupes si no se te oye.
—Serás mamón…
Gustavo subió la capucha de Ulises y se la puso por encima de la cara. Ambos rieron a carcajadas.
Al cabo de un rato, la ligera sensación de mareo dio paso a unas imperiosas ganas de regurgitar.
—Gustavo, no me encuentro bien —imploró Ulises—. Creo que voy a vomitar.
—¿Puedes aguantar hasta que lleguemos a casa? —preguntó Gustavo inquisitivo—. Ya queda poco.
—No lo sé.
—Pero hombre, haber dicho algo antes.
—Ya, pero es que antes si me encontraba bien.
Gustavo aceleró. Tomó la curva rápido, demasiado rápido. Gustavo frenó. La furgoneta perdió el control, rompió el borde del quitamiedos. La furgoneta se precipitó al vacío.

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