martes, 28 de febrero de 2017

Relato - Merecido

Cuando hundió el filo de la navaja en el estómago de ese muchacho, pensó que sentiría miedo. Sacar el arma no entraba en sus planes pero su razón se había visto envuelta en una siniestra neblina, y antes de que pudiera darse cuenta aferraba el mango y la hoja había agujereado la ropa y la piel de ese niñato como si de mantequilla se tratase.
Sintió unas gotas de sangre deslizarse por el dorso de su mano. La sintió cálida y espesa. Pensó que sentiría repugnancia, asco.
Pero no contaba con ese frenesí que la embargó. Cada gota era como una oleada de placer que la dominaba, la extasiaba y la absorbía. Sin vacilar y sin titubeos, giró con fuerza la navaja que aún se alojaba en el estómago del chico, haciendo la herida varias veces más profunda y ancha y dejó emanar el vitar líquido carmesí hasta que bañó su brazo.
Habría gritado, aullado a la luz de la luna, celebrado esa victoria como una bestia salvaje. Había saciado su orgullo. Había vencido según la ley del reino animal.
Pero ella no era un animal.
Había apuñado a aquel crío porque se lo merecía, porque su mera existencia le resultaba molesta, innecesaria. Tan fútil y banal que casi le había extrañado que brotase a borbotones sangre en vez de insustancial aire.
Así que lo único que hizo fue limpiar con sumo cuidado y dulzura la hoja de su apreciada navaja, darse la vuelta y dirigirse hacia la otra persona que había contemplado la escena. Una muchacha que no podía variar la expresión de sorpresa y horror el rostro.
La chica, cubierta de sangre, hace un gesto señalando al chico que yace en el suelo con un movimiento de cabeza.
            —Creo que eso es tuyo —le dice a la otra de irse.

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