Gaal estaba jugando en el bosque con su
pequeño amigo Txiligro. El chico siempre iba por la tarde a jugar con él, era
su compañero de juegos favorito. Su amistad se hizo más fuerte, tanto que Gaalconsideraba
a Txiligro casi un hermano para él. Sin embargo, una pregunta rondaba la cabeza
del joven: ¿su mejor amigo tendría más amigos en el gran bosque?
—Oye, Txiligro—dijo Gaal—. ¿Tienes más
amigos en el bosque aparte de mí?
—¡Claro!—exclamó la pequeña criatura—.
Tengo muchos amigos entre los animales del bosque.
—¿Y humanos?
—Pues de humanos estáis Refireo y tú.
Aunque hay otro que se parece más o menos a vosotros, los hombres.
Esta respuesta solo le generó más
preguntas al pequeño Gaal. No sabía a lo que se refería Txiligro con que su
amigo se parecía a ellos.
—¿En qué se parece a nosotros?
—Bueno—dijo la extraña criatura,
pensativa—. Es muy alto y se mantiene sobre dos patas, como vosotros. También
es muy amable y sabio, sabe muchas cosas.
—¿Podrías presentármelo?
Txiligro tardó unos segundos en
responder. Era como si estuviese pensando detenidamente que responder.
—No sé —dijo finalmente—. Me dijo que no
le dijese nada a ningún hombre acerca de él. Aunque claro, tú eres un niño,
además eres muy bueno. ¡Seguro que se alegra de conocerte!
La traviesa criatura se adelantó a Gaal.
—¡Es por aquí! Vive en una cueva cerca
de un río, aunque está un poco lejos.
—No pasa nada —dijo el muchacho con una
sonrisa—. Dime por donde es.
Y así, Gaal y Txiligro se internaron en
lo más profundo del bosque para buscar a ese enigmático sabio. Estuvieron
caminando hasta el atardecer. Finalmente llegaron a un río cristalino rebosante de peces de una gran
variedad de formas y colores. Sin embrago, los animales que predominaban allí
eran las ranas. Su presencia se hacía notar. Todas croaban al unísono, como si
fuesen una especie de coro de anfibios cantando una armoniosa y melódica
canción que solo ellos entendían.
—¡Gaal, es aquí!—dijoTxiligro mientras
señalaba una gran cueva—. Mi amigo vive en esta cueva.
Los dos amigos entraron en la cueva. Era
fría y húmeda, sin contar la obvia oscuridad propia de esos sitios. Eso no era
un problema para el pequeño Txiligro, ya que él podía ver en la profunda
oscuridad. Él guiaba a Gaal para que no chocase con ninguna pared. El pobre
chico estaba asustado, no solo por la oscuridad sino por el amigo de Txiligro.
No sabía cómo iba a reaccionar ante su presencia.
A medida que se internaban en la cueva,
la oscuridad se hacía más tenue. Había una especie de antorchas que señalaban
un camino.
Al final del camino estaba una gran
sala, llena de utensilios extraños y de recipientes de cristal con distintos
líquidos de distintas tonalidades. También había una especie de estantería
improvisada esculpida en una de las paredes de la cueva, tenía muchísimos
libros. Aunque lo que más llamaba su atención era la figura que daba la espalda
a los dos amigos, parecía que no se había percatado de su llegada.
—¡Finabio!—le llamó Txiligro—. Te traigo
a un amigo mío que quiere conocerte. Es un niño de la aldea de los hombres.
La extraña figura se giró. Era como una
especie de salamandra roja con manchas negras. En su cabeza sobresalían dos
grandes cuernos curvos, como los de una cabra montesa Estaba erguida sobre sus dos
patas. Además vestía una túnica morada adornada con extraños símbolos rúnicos.
Sus saltones ojos negros se posaron en el muchacho.
—¿Un cachorro de la aldea de los
hombres? —dijo el sabio con una voz sosegada y calmada—. Dime, pequeño. ¿Cuál
es tu nombre?
—Mi nombre esGaal —dijo el chico—. Es un
placer conocerte.
—Lo mismo digo, Gaal. Yo me llamo
Finabio, y no hace falta que seas tan formal —dijo Finabio con lo que Gaal
intuyó como una sonrisa.
—Mi maestro me enseñó a ser educado con
los mayores.
—¿Tu maestro?—preguntó extrañado el
sabio—. Se llama Refireo, ¿verdad?
—¿Cómo sabes el nombre de mi maestro? —preguntó
el niño bastante sorprendido.
—Somos viejos amigos, además me ha
hablado bastante de ti.
—Oye, Finabio —interrumpió Txiligro—.
¿Tienes algo para mí?
—Es verdad. Sí, tengo algo. Espera aquí.
El sabio Finabio fue hacia una vasija,
de la cual sacó una diminuta rana.
—Aquí tienes —dijo mientras se la
ofrecía al travieso Txiligro—. He recogido un montón esta mañana, y verdes cómo
a ti te gustan.
—¡Gracias! —dijo antes de devorarla
ferozmente.
—También te puedo ofrecer algo a ti,
Gaal. ¿Te gusta el zumo de bayas?
—¡Me encanta!—exclamó el niño con una
sonrisa.
—Bien, pues te serviré uno.
—Que sean dos, viejo amigo —dijo
una voz detrás de Gaal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario