Medina Yayyan. Yawmath-thalatha' 11
Shawwal del año 1452 de la Hégira
Son las 7:15 a.m., los gritos del almuédano llamando a
la primera oración del día resuenan en el Bulevar desde la mezquita del barrio,
la antigua iglesia dedicada a San Juan Pablo II. La Shurta, la policía islámica, patrulla las calles para mantener el
orden. A penas un año y medio había durado la ciudad de Jaén en poder de la
República Popular Española cuando otra de las múltiples facciones que se
disputaban el territorio de lo que antes era España se hizo con el control de
la misma. Las guerrillas islamistas en España apenas habían tenido relevancia
más allá de aprovechar el caos para llevar a cabo algún atentado, pero el
gobierno español había mirado para otro lado cuando el capital saudí financiaba
mezquitas salafistas y eran nombrados imanes radicales. Ningún gobernante, en
aquella España dominada por la corrección política, quería ser tachado de
racista o islamófobo.Para cuando se dieron cuenta de lo que sucedía, era
demasiado tarde.
En un primer
momento, los comunistas consideraron a los muyahidines
como “aliados antifascistas”, sobre todo en Andalucía, donde una gran parte de
la izquierda era nostálgica del pasado andalusí. Los grupos independentistas andaluces
se habían integrado dentro de la confluencia
popular, pero una parte de ellos, formados por conversos al islam de la
Liga Morisca, se radicalizaron cada vez más y su líder, Ahmed Benjumea, que
presumía de ser descendiente de los Omeyas, había solicitado ayuda a grupos
armados del norte de África. Cuando el islamismo radical se hizo con el poder
en Marruecos se establecieron “amistades peligrosas” entre los grupos
independentistas andaluces y los islamistas y finalmente, tras una insurrección
en Granada, se proclamó al rey de Marruecos como emir de al-Ándalus, provocando
que un ejército expedicionario cruzase el estrecho de Gibraltar. Esas tropas
habían llegado finalmente a tomar Jaén. La bandera de la República ha sido
arriada en la Plaza de Jaén por la Paz y en su lugar ondea una siniestra
bandera negra con la Shahada.
Como cada mañana Hernán Pérez salía a la calle a
buscar algo de comida. Apenas quedaban suministros en la ciudad y los pocos que
llegaban iban a parar a los soldados marroquíes y los guerrilleros andalusíes (españoles conversos al
islam) o procedentes de Oriente Medio, que habían acudido a la Jihad. Ahmed Benjumea había sido
nombrado hachib de al-Ándalus, jefe
del gobierno a las órdenes del emir, y la Shariah
había sustituido a la Constitución. En Jaén, ahora llamada Medina Yayyan, había
sido nombrado zalamedina Ibrahim
Benyusuf, que gobernaba la ciudad con mano de hierro apoyado por las tropas magrebíes.
Hernán Pérez era un joven nacionalista, había tenido que permanecer oculto
durante el gobierno de los rojos y
ahora debía ocultarse también de los moros.
En su juventud había sido un “bala perdida”, un ultra del Real Jaén, detenido
en varias ocasiones por participar en peleas, vinculado a la extrema derecha. Ahora
era uno de los que, en territorio enemigo, intentaba liberar España de la
ocupación.
Hernán mira a ambos lados de la calle, se desplaza
silencioso, cubriendo su rostro con unas bragas y la capucha de la sudadera Lonsdale que lleva bajo el abrigo. El frío
es su aliado. Bajo su sudadera, el correaje militar de su pistola HK USP de 9
mm Parabellum sobre el polo Fred Perry.
Pantalones vaqueros y zapatillas Addidas
por si hay que correr o pelear. En el cuello, camuflada entre la ropa, una
medalla de la Virgen de Zocueca, patrona de Bailén. Hernán tiene un sexto
sentido para detectar a la Shurta, la
huele a kilómetros con la experiencia de quien ha sido hooligan y delincuente antes que soldado. Gracias a eso, aún sigue
con vida. Nadie le ha visto, sube a su furgoneta y pone rumbo al Polígono de
los Olivares.
En una de las calles del polígono industrial, Hernán
queda cada martes con Fermín Cortés, un gitano que se dedica al estraperlo, a
las órdenes de Francisco Heredia. Los gitanos siempre han vivido al margen de
la Ley, pero desde que se produjo el Gran Colapso esto se ha intensificado
todavía más. Ni los rojos, ni ahora los moros, se meten en sus negocios, a
cambio de que los patriarcas mantengan el orden en sus barrios. El zalamedina sabe que se dedican al contrabando,
que venden drogas y alcohol, lo cual está terminantemente prohibido en la
ciudad desde que los soldados de Alá la tomaron. Sin embargo hace la vista
gorda, prefiere que haya cierto comercio clandestino antes de que la gente se
vea obligada a robar y él tenga que aplicar todo el rigor de la Ley Islámica
con los ladrones. Demasiados mutilados hay ya.
Ni el euro, ni la peseta acuñada por el gobierno
comunista ni ninguna otra divisa valen ya absolutamente nada en esta situación
de caos. La moneda oficial en el emirato es el dinar andalusí, pero tampoco circula. La gente intercambia con sal,
gasolina o con metales preciosos, sobre todo oro y plata. Las viejas monedas de
plata conmemorativas son ahora moneda de uso corriente. El valor nominal no
importa, sólo su peso en plata.
—Ya pensaba que no vendrías —dijo sonriendo el gitano
al ver llegar a Hernán.
—Perdona, quería asegurarme de que nadie me seguía, ya
sabes que la cosa está revuelta… —respondió Hernán.
—Ya ves, ¡cualquiera se fía de los malajes estos de los moros! —respondió
el estraperlista, para al que tanto daba estar regido por unos o por otros
mientras él pudiera hacer sus negocios.
—Sí… ¿tienes lo mío? —dijo Hernán sin más dilaciones,
pues no tenía mucha más simpatía por los gitanos, los mismos que de pequeño le
habían atracado más de una vez, que por los moros. Pero más valía malo
conocido.
—Si hombre, como siempre —dijo el gitano al tiempo que
sacaba un par de bolsas con fruta, pasta, galletas y latas de conservas.
—Parece que está todo —afirmó Hernán revisando las
bolsas.
—¡Ay no verlo! Pos claro que está to, ¡que yo soy de
fiar! —respondió haciéndose el indignado Fermín.
—Ya… aquí tienes lo acordado —dijo Hernán sacando del
bolsillo un par de monedas de plata de 100 pesetas de la época de Franco.
—Bueno, me vas a tener que dar otra monedica, payo,
que es que el género está más caro que antes —trató de regatear el gitano.
—Te voy a dar una polla que te comas, dijimos dos
monedas y eso es lo que hay, a ver si ahora no vas a tener palabra —respondió
Hernán, mirando fijamente al gitano a los ojos, demostrando que a estas alturas
ya no tenía miedo de un simple estraperlista, por mucho que fuera un hombre de
uno de los patriarcas más peligrosos de Jaén.
—Bueno, bueno, no te pongas asín… -dijo el gitano finalmente, aceptando el trato.
—No podemos quedarnos de cháchara, la primera oración
de los moros acabará pronto y la Shurta
hará la ronda por los polígonos, esto se va a llenar de follacabrasde un momento a otro, ya hablaremos esta semana —dijo finalmente
Hernán, extendiendo su mano.
—Ve con Dios, payo —respondió Fermín, estrechándole la
mano.
Fermín Cortés se quedó mirando las monedas que le
había dado Hernán. Francisco Franco
Caudillo de España por la Gracia de Dios. 1966. Con Franco, con Juan Carlos
I, con Felipe VI, con Pablo Iglesias o ahora con los moros, los tipos como él
siempre acababan haciendo negocio. Poco le importaba a él esta guerra entre
payos. Él vivía en el Polígono del Valle y el barrio estaba bajo el control de
su patriarca y era un refugio para toda la escoria que había escapado de Jaén-2 cuando entraron los moros, porque
no todos eran presos políticos de los rojos.
Otra buena parte de la chusma había acabado en Peñamefecit, donde Osvaldo
Mendoza, un capo colombiano de la droga, se había hecho con el control.
Francisco Heredia y Osvaldo Mendoza se respetaban y cada uno tenía su zona, ni
los rojos ni ahora los moros se metían en aquello, no por falta de ganas, sino
más bien de efectivos. Fermín Cortes servía de enlace entre los payos y los payos ponys, como solían decir en su jerga.
Hernán metió las bolsas de comida en su furgoneta y
siguió conduciendo. Tenía una nave en el polígono, aparentemente abandonada, en
la que los nacionalistas solían reunirse de manera clandestina por la noche
para planificar qué acciones de sabotaje o subversión debían llevarse a cabo en
la ciudad. Hernán era el jefe de los insurgentes y recibía las órdenes
directamente desde Alcalá de Henares, la ciudad en la que los nacionalistas se
habían hecho fuertes y donde estaba su líder, Manuel Montañés de Saavedra.
Mientras conducía, Hernán recordaba el horror de la ocupación mora de la ciudad
hacía unos meses.
Al no tener defensas, tras unas cuantas escaramuzas
entre los milicianos y los muyahidines,
Jaén se había declarado ciudad abierta.
Esta rendición no sirvió para aplacar la brutalidad de los islamistas, que
entraron en la ciudad matando a todo aquel que estuviese en la calle y
saquearon el Museo de Arte Ibérico y el Museo Arqueológico Provincial. Después
de eso asaltaron y quemaron el Camarín de Jesús y destrozaron la imagen de
Nuestro Padre Jesús Nazareno. La popular figura del Abuelo era para ellos un ídolo de los kafir y debía ser destruido. La imagen de la Virgen de la Capilla
fue arrastrada por las calles de Jaén y ultrajada. El Palacio Episcopal también
fue asaltado y reducido a cenizas. El obispo de Jaén, encarcelado durante el
gobierno comunista, logró escapar camuflado entre los refugiados que marchaban
hacia el norte. Todas las iglesias que no fueron quemadas, fueron consagradas
al culto islámico. La Catedral se convertía ahora en la Mezquita Aljama.
Miles de mujeres fueron violadas, incluso niñas.
Cualquier hombre que trató de impedirlo fue decapitado. Las sedes de las
principales cofradías cristianas fueron asaltadas e incendiadas, pero también
las tascas, los bares, los pubs, las discotecas… así como los casinos o
cualquier lugar en el que se llevaran a cabo actos considerados haram. La fábrica de Cruzcampo fue incendiada, los estancos
fueron asaltados y se destruyeron todas las botellas de alcohol y los paquetes
de tabaco que se encontraron en una gran hoguera. Muchos homosexuales fueron
torturados y asesinados, arrojándolos desde los edificios más altos o
ahorcándolos en grúas.Las mujeres fueron forzadas a salir con niqab y siempre acompañadas de un varón.
Las que se negaron fueron lapidadas o azotadas hasta la muerte. Pocos días
después de la ocupación de la ciudad una mujer había muerto después de recibir
cien latigazos. ¿El motivo? Haber tenido la osadía de conducir para llevar a su
hijo enfermo al hospital. Cientos de perros habían sido sacrificados, pues el
islam prohíbe tenerlos. Cuando, con lágrimas en los ojos, algunos intentaron
evitar que los soldados se llevaran a sus mascotas, fueron asesinados sin
compasión.Las feministas como Consuelo Guerrero tuvieron que exiliarse, la
Universidad de Jaén es ahora una madraza y los Estudios de Género han sido
sustituidos por Estudios Islámicos.
La brutalidad no había cesado tras la ocupación, hacía
unos pocos días diez personas fueron decapitadas en la Plaza de Santa María,
ahora llamada Plaza de Maryam, por celebrar San Antón. El vino y la carne de
cerdo ofenden al Profeta y no pueden tolerarse.Al recordar todo aquello, Hernán
sentía una profunda rabia interior. Merecía la pena luchar, a pesar del riesgo,
a pesar del tremendo peligro que corría. No sabía nada de su familia desde
hacía meses, desde que los rojos los
habían detenido. Puede que los hubieran matado, pero él seguía creyendo que aún
vivían, que se encontraban en alguno de los Centros
de Reeducación, como eran llamados los campos de concentración comunistas.
Pero ni todas las atrocidades juntas que había llevado a cabo el gobierno de
Pablo Iglesias se podían comparar con las que estaban produciéndose ahora.
Sumido en aquellos pensamientos, Hernán llega a una
vieja gasolinera abandonada de la Carretera de La Guardia. Ahí le está
esperando un hombre de aspecto peligroso, AlekseyPetrenko, un agente de los
servicios secretos ucranianos. Desde el Gran Colapso, Europa Occidental es un
gran tablero de ajedrez en el que varios gobiernos extranjeros mueven a las
distintas facciones como a sus peones. El gobierno comunista recibe apoyos de
Cuba, Venezuela, Bolivia, Uruguay y de los partidos comunistas de otros países,
es un secreto a voces. También lo es que los islamistas reciben apoyo de Arabia
Saudí, Qatar y otras monarquías del Golfo Pérsico, y por supuesto del Califato.
Abu Bark al-Baghdadi ha dejado de ser considerado un terrorista y ahora muchos
gobiernos europeos han enviado un embajador a Raqqa y lo reconocen como Califa.
Así mismo, los gobiernos conservadores del este de Europa, como los de Ucrania,
Polonia, Serbia o Hungría, apoyan a los nacionalistas españoles.
—Hola, ¿Qué tal?
—Saludos, camarada —responde Aleksey con su marcado
acento del este.
—¿Tienes las armas? —dice Hernán, después de
estrecharle la mano.
Hernán abre uno de los estuches y ve que dentro hay un
Kalashnikov. Cuenta los estuches, hay
un total de quince. Son pocas armas, pero él tampoco tiene muchos más hombres
disponibles.
—Parece que es todo correcto —dice finalmente Hernán.
—El gobierno de Alcalá ya ha efectuado el pago, tú
sólo tienes que preocuparte de esconderlas y esperar órdenes —le confirma el
ucraniano.
—Lo sé, tengo un cortijo discreto en el que puedo
ocultarlos, no creo que los moros lo conozcan —le aclara Hernán.
—Eso espero… en unos días tendrás noticias del polaco,
hasta entonces procura tener cuidado —le aconseja Aleksey.
—Descuida, sé cuidarme —dice sonriendo Hernán.
—Bien, he de marcharme. Arriba España —se despide de
forma seca el ucraniano.
—¡Arriba! —responde Hernán, estrechando su mano.
Hernán carga los estuches en la furgoneta y se marcha
de aquel lugar apartado. Conduce evitando las carreteras principales y los
controles de la Shurta, los
guerrilleros andalusíes o el Ejército marroquí. El corazón le late a mil por
hora, sabe que si se encuentra con algún control de carretera está perdido.
Pero conoce bien estos senderos. El hombre al que espera dentro de unos días es
Igor Brzozowski, sargento del Ejército polaco que ha sido enviado para
adiestrar a los guerrilleros nacionalistas españoles. Llega al medio día al
cortijo, se asegura de que no hay peligro, y finalmente oculta las armas en un
viejo pozo.
Hernán regresa a casa con la comida. Debe tener
suficiente para no tener que volver a salir en toda la semana. Sabe que los
moros están detrás de sus pasos, por lo que cada cierto tiempo va de un piso
franco a otro. En el que se encuentra ahora parece seguro. No tiene luz ni agua
caliente, tampoco teléfono, ni Internet ni ninguna forma de comunicarse más
allá de los datos de su móvil y el grupo cifrado de Telegram por el que recibe las órdenes. Pasa el resto de la tarde
haciendo ejercicios para mantenerse en forma y después una ducha de agua fría
que estremece su cuerpo. En esta fría tarde de invierno maldice mil veces a los
moros cuando la gélida agua cae sobre su piel. Pero es lo que hay, al menos ha
de dar gracias porque no han cortado el agua en el edificio y aún puede
ducharse, aunque sea con agua fría. Cae la noche y a la luz de una vela, Hernán
lee unas cuantas páginas de Nueva Ética
Revolucionaria de Pedro Varela hasta que finalmente el cansancio puede con
los nervios y la tensión de llevar mesestras las líneas enemigas. Cierra los
ojos mientras imagina una segunda Reconquista de España y piensa que los tipos
como él, dentro de siglos serán recordados igual que don Pelayo o el Cid
Campeador. Con ese pensamiento logra conciliar el sueño. Ha sobrevivido un día
más.
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