viernes, 30 de diciembre de 2016

Poesía - Coloquium desamoris

Maldita ignorancia que vituperaba
que eras un efímero sueño,
de aquellos que hieren el recuerdo
y malinterpretan la torpeza del alma.

Cómo se desgarran viles nauseas
de mi aliento hecho pedazos, 
para después vislumbrar mil odiseas
en cada uno de mis débiles abrazos.

Más, quizás la añorada calma,
a mi atormentada alma llegue
para ocupar el espacio de mi nada.

Insensato de mi, ¿por qué piensas eso?
No tienes música que describan sus ojos,
ni letras que pinten sus besos,
ni galas en tus mejores despojos,
ni sinceridad en tus mejores aprecios.

Nada tengo y nada en mi alma soy,
tan solo la brisa de su pelo,
el recuerdo de un mar en celo
y una clase de conciencia
que jamás me aturdió.

Burdo, ignorante, parásito, imberbe
mi noble persona es,
que osa sin dudar adormecerse
cuando es necesario despertar con nitidez.

Tan solo mi sentido común, 
afirma que solo soy un cobarde
con ínfulas de versificador
que canta, en balde
a la vital agonía del amor.

martes, 27 de diciembre de 2016

Relato - La última noche

Solo se oían pasos en aquella estancia que ni siquiera había podido contemplar. Lo último que recordaba era una figura que había entrado como una exhalación a su dormitorio, la había golpeado para después cubrir su cabeza con un saco de arpillera.
El trayecto en coche había sido frenético. Y ahora se encontraba allí. A juzgar por como resonaban las pisadas de la otra persona la habitación debía ser pequeña. No parecía haber más personas además de ella y su captor.
De pronto sintió que los pasos se aproximaban y tensó el cuerpo. Fue una mala idea. Atada como estaba, de pies y manos, le dolieron todos los músculos al intentar moverse.La persona, que se había situado tras ella, le quitó el saco. La poca luz de la sala hirió sus ojos, que ya se habían acostumbrado a la oscuridad.
Estaba en una habitación pequeña, minimalista en materia de decoración. Parecía la habitación de un motel de baja categoría.
Fue entonces cuando la persona que la había secuestrado se mostró, situándose ante ella.Cuando vio su cara, pasaron muchas cosas por la mente de esa mujer atada en aquel dormitorio.
La sorpresa duró solo unos segundos y luego dio paso a una resignación tan acusada que casi le dio por reír puesto que, junto con todos los pensamientos que atravesaron su cabeza, se mezcló también una certeza aplastante.
«No voy a salir con vida de aquí»
—Ha pasado mucho tiempo —su captor comienza a pasear de nuevo por la habitación, hablando con calma—. Casi no recuerdo la última vez que te vi. Sentí mucho lo de tu marido. Siempre pensé que conseguiría hacer acopio del valor suficiente para abandonarte. Pero, desafortunadamente, fuiste tú la que logró despojarlo de toda felicidad hasta que, finalmente, se marchitó. Siempre he admirado esa habilidad tuya de envenenar todo lo bueno y puro que te rodea.
La mujer del suelo no puede hacer más que mirar el paseo de la otra figura y escuchar sus palabras, en silencio. Para ella, la persona que habla está loca y decirle algo para defenderse de tan desgarradoras afirmaciones solo empeoraría las cosas.
Es por eso que la persona que tiene ante ella sigue hablando, como si nada.
—Vaya, no recuerdo haberte visto en silencio nunca tanto rato. Me recuerdas a ella, ¿sabes? Siempre que discutíamos se quedaba callada, con ese desprecio en sus ojos, como si no valiese la pena discutir, como si yo no mereciese su respeto. Pero, después de muchos años, volví a encontrarla y la traje aquí… y la maté. Pobrecita, la pobre pensó que yo no la había superado y que lo que buscaba eran sus habilidades de zorra fácil en la cama. Pero sí que la he superado. Borrón y muerta nueva. Y ahora tengo que superarte a ti.
Mientras esta explicación sale a la luz, esta persona ha ido sacando diversos objetos de una mochila para ir colocándolos con esmerado orden sobre la cama.
Entre dichos objetos se hallan una fusta, cuerdas, un látigo de cuero trenzado, velas del color de la sangre seca, un trozo de tela y otros artilugios de muy variados tamaños, formas y materiales que la mujer atada no logra distinguir y que nunca antes había visto. Hay también varias herramientas de metal y ninguna se parece a nada que conozca.
— ¿Para qué es todo eso? —la persona que aguarda en el suelo no puede finalmente alargar más el mutis.
—Oh, disculpa. Había olvidado tu intransigencia hacia cualquier tipo de libertad sexual.
Tras esta frase el captor se desnuda dejando a la vista sus voluptuosos pechos. Saca varias prendas de ropa de la mochila hasta quedar vestida con unos ajustados pantalones de cuero, una camiseta blanca de tirantes y una cazadora de cuero.
—Estás mal de la cabeza —escupe la mujer del suelo.
—Lo sé. Hace años no quería creer que era cierto cuando me lo decían. Ahora sé que es verdad, que finalmente el influjo de tu poder sobre mí funcionó.
—Yo no tengo nada que ver en esto —la mujer capturada no puede mirar a la otra.
—Mírame. Soy todo lo que siempre me has negado. Me llamaste zorra y te atreviste a destrozar y censurar todo lo que yo amaba, convirtiéndolo en algo deleznable. Para ti yo nunca fui lo bastante buena. Tú, Doña Perfecta, condenada a vivir con una persona como yo. Una tortura, ¿verdad? Nunca te pusiste en mi lugar. Ya va siendo hora de que sufras en tus carnes lo que sufrí yo y de la forma que mejor se me da. Te voy a enseñar que sirvo para algo, mamá.
Sin previo aviso y de repente, la mujer vestida de cuero hace restallar el látigo con vertiginosa precisión. El instrumento azota el suelo a milímetros de su madre.
—Yo solo quería lo mejor…
—Para ti —termina la hija— y no te culpo. Pero esto me lo enseñaste tú y fue una de las lecciones más valiosas: O comes o eres comido.
—Yo te quería. Siempre te he querido.
—Tú querías una muñeca de la que presumir o una marioneta a la que manejar, no una hija.
Antes de que pueda seguir defendiéndose, la hija la amordaza. Del bolsillo saca una navaja, corta las ataduras y tras un breve forcejeo consigue apresar a su madre a la cama y la encadena de las muñecas y los tobillos. Acto seguido, con premura, corta también la ropa hasta hacerla jirones dejando a la mujer en ropa interior a su merced.
—Siempre me he preguntado quién castró a quién —murmura la hija para sus adentros—. Pero ahora, después de tantos años, vamos a darle un homenaje a esa carne arrugada y marchita, ¿eh?
Con una sonrisa saca un paquete de cigarrillos del bolsillo interior de la chaqueta y lo enciende. Se sienta en una silla frente a la cama y fuma, contemplando su obra sin pestañear siquiera. Su madre la mira con los ojos muy abiertos desde la cama.
—Oh, pero qué modales los míos. Dónde está mi buena educación. Todavía fumas, ¿no? Déjame ofrecerte.
La joven sin titubear se levanta y apaga la colilla en el empeine del pie derecho de la otra mujer, que solo puede emitir un jadeo ahogado y un lloroso gemido. Empieza a debatirse contra las cadenas en un desesperado intento por huir.
 
 
-Deja de llorar. Mira, te voy a explicar una cosa: Vas a morir. Aquí. Esta noche. Y no hay nada que puedas hacer para evitarlo. Así que cuanto antes lo asumas mejor. Puedes o no aceptarlo. Pero cuanto más te resistas más dolerá. Si te pones así con un cigarrillo las velas te van a volver loca- ríe entre dientes-. Después te enseñaré con todo lujo de detalles por qué siempre he estado tan bien acompañada. Tengo muchos talentos además de los que te mostraba y tú no querías ver.
A la madre la recorre una arcada mientras contempla como la hija se relame.
 
-Relájate, mamá- canturrea-. Prometo que haré que esta noche sea inolvidable. Por eso he escogido esta camiseta blanca. Espero que se torne del color de tu expiación y guardarla siempre. Será un magnífico recuerdo- susurra.
 
 
 

jueves, 22 de diciembre de 2016

Poesía - Efímero

Rauda es la empatía humana
que mira con decadentes ojos
sus inefables y vehementes despojos
que no dejan luz al mañana.

Lenta es la avaricia rancia
que arranca fieramente el débil aliento
y como indecente culpable absuelto
epitetiza su ruina cual gran ganancia

El necio insiste en su esclavitud
llena de consentimientos y conformismo,
ignora que el sabor de la vida es efímero
y que el suspiro de nuestra muerte
es nuestra noble virtud

martes, 20 de diciembre de 2016

Relato - Juguete roto

Enhorabuena, hijos míos, lo habéis logrado. Habéis logrado libraros de mí, pero todavía sigo sin saber cual ha sido el motivo que os ha llevado a hacer esto.
Me dijisteis que llevaríamos por primera vez a la pequeña Agatha a un parque de atracciones, algo muy emocionante para mí, nada me hacía más ilusión que ver su sonrisa angelical, pero en el momento en el que llegamos a aquella residencia, supe que algo iba mal.
Dijisteis que era lo mejor para mí, ya estaba mayor y vosotros solos no podríais cuidarme, pero no necesitaba ningún cuidado, porque yo me encontraba perfectamente. De hecho, cada vez que íbamos al doctor Nobody, siempre decía que ojalá estuviese tan bien como yo cuando llegase a mi edad, y que superar una depresión así, siendo tan mayor, era algo que muy poca gente lograba, y más aún cuando la causa de esta fue la muerte de vuestra madre.
Una muerte que puso final a su sufrimiento, hacía mucho tiempo que la Astrid que conocíamos había dejado de existir. Empezó dando pequeñas muestras de ello, perdiéndose en el bosque al que iba a coger moras todos los veranos. Algo raro, lo hacía desde que era una niña.
Unos meses después vinísteis a celebrar las fiestas navideñas a nuestra casa. Siempre suscitaba una gran alegría en ella, pues después de mucho tiempo, sus tres hijos, aunque solo por unos días, estarían de nuevo en casa. Sin embargo, una vez llegásteis y ella fue a saludaros, le costó hacerlo, no se acordaba de vuestros nombres, lo que la entristeció profundamente.
El día en el que se miró al espejo y durante unos instantes no se reconoció, supe que algo iba mal.
Pedimos ayuda, y afortundamente Crystal, la mujer de nuestro vecino Sam, nos recomendó ir a la consulta del doctor Aiden, un neurólogo muy bueno. Tras una serie de pruebas, nuestros peores presagios se confirmaron, vuestra madre tenía Alzheimer.
La medicación no le hizo el efecto que debería, y la enfermedad avanzó tanto, que vuestra madre ya no sabía ni hablar. Pero si algo me dolió de verdad fue vuestra indiferencia, desde las últimas navidades solo me visitásteis una vez, para llevar a la pequeña Agatha al parque de atracciones.
A los dos meses me llamó vuestro hermano Nathan, y la única conclusión a la que pude llegar es que me dejásteis allí porque para vosotros solo era un estorbo.

Fotocopia de la nota de suicidio encontrada en el cuerpo de la víctima.
Experimento número 25
Resultado: FALLIDO

jueves, 15 de diciembre de 2016

Relato - Procesión funebre

Caía la lluvia incesante en aquel pequeño pueblo del norte. En una rústica casa, el viejo Santiago contaba historias a sus nietos al calor de la hoguera. A Santiago le encantaba contar historias de su juventud a sus nietos, Tomás y Laura.
—Abuelo, —dijo Tomás el nieto mayor—. ¿Tú crees en fantasmas?
—Claro que creo en fantasmas, como aquel mismo que tiene Laura detrás de ella.
La pequeña  se giró con cierto miedo para ver si había uno, pero para su alivio no había nada.
— ¡Abuelo! —replicó la pequeña Laura—. No me gastes esas bromas. Además yo sé que los fantasmas no existen, me lo dijo mamá.
El viejo Santiago soltó una pícara sonrisa.
—Bueno, entonces si sois tan valientes no os asustareis de un pequeño cuento de fantasmas, ¿verdad? —dijo el anciano con tono desafiante.
Los niños respondieron con silencio, y una mirada fija en su abuelo que reflejaba la curiosidad de la niñez. Aquella expresión era la favorita del viejo Santiago. Sin más dilación comenzó a contar su relato.
—Esta historia pasó en mi niñez, cuando tenía más o menos la misma edad que Tomás. Era verano, un verano bastante caluroso. Yo estaba deseoso de empezar mis juegos con mi hermano, Jeremías,  pero él no se encontraba muy bien. Pasaron los días y su salud empezó a empeorar, tanto que una noche tuvimos que traer de emergencia al médico del pueblo. El hombre les dijo a mis padres que Jeremías tenía tuberculosis, una enfermedad muy grave y difícil de curar, sobre todo en aquellos lejanos años.
»Con el transcurrir del verano la salud de mi hermano pequeño empeoró, y no daba mucho resultado el tratamiento que le impuso el médico. Algo que noté era que el médico tenía muy mal aspecto Estaba muy pálido, ojeroso y cansado. Era como si no hubiera dormido en muchos días. También estaba muchísimo más delgado. Efectivamente el aspecto de aquel hombre era casi tan enfermizo como el de mi hermano.
»Yo hacía todo lo posible por mi hermano para que estuviera feliz. Le contaba cuentos por la noche, le traía insectos del campo, le hacía compañía… Su salud no mejoraba con esto, pero al menos volvía a sonreír como antes.
»Una noche, cuando yo estaba a punto de dormir noté un olor en el aire, un olor a cera de vela encendida. Procedía de afuera así que me fui a la ventana para ver lo que pasaba. Lo que vi me dejó sin aliento. Era una procesión, una procesión de fantasmas con túnicas negras. Apenas eran visibles. Formaban dos hileras y cada uno llevaba consigo una vela encendida, de ahí procedía el olor a cera. Me quedé paralizado de terror, no sabía cómo reaccionar. Iban con paso lento y susurrando oraciones que yo no entendía. Me fijé en quién encabezaba la procesión, y me quedé más impactado aún. Era el médico del pueblo, aquel que había visitado a mi hermano. Su  aspecto era mucho peor que en el día, parecía un muerto viviente. Llevaba con él una gran cruz y una especie de caldero.
»La procesión avanzaba muy lentamente, parecía que se dirigía hacía mi ventana, pero en realidad se pararon en la ventana de al lado, la ventana del cuarto de mi hermano enfermo. Se pararon a pocos metros de esa ventana y seguían rezando con un tono de voz muy sombrío y escalofriante. Estaba asustadísimo, el corazón parecía que se me iba a salir del pecho, estaba paralizado por el miedo.
»Me desperté en mi cama, todo había sido un sueño. En ese momento oí unos llantos procedentes de la habitación de mi hermano. Mis padres y la criada estaban llorando, mi hermano acababa de morir esa misma noche. En ese entonces el médico fue a confirmar la muerte de Jeremías.
El viejo Santiago miró a sus nietos. Los dos, tanto Tomás cómo Laura, estaban mudos, pálidos y temblando. En ese momento el abuelo se arrepintió de contarles esa historia a sus pequeños nietos.
—Pero solo fue un sueño —dijo, intentando rectificar su error—. No os lo toméis tan enserio. Venga a dormir si no queréis verlos.
Entonces los dos nietos se fueron, le dieron las buenas noches a su abuelo y marcharon hacia la cama. El anciano también estaba sucumbiendo al cansancio, así que se acomodó en el sofá para dormir.
—Huele a cera… —dijo antes de caer en el más profundo y largo sueño.

martes, 13 de diciembre de 2016

Relato - Madre Europa

Oigo un susurro en el viento, la tenue llamada de una madre que agoniza, el brillo de un Sol que se abre paso con dificultad entre las negras nubes que desde hace demasiado tiempo lo cubren, el lento crepitar de un fuego milenario que está a punto de apagarse. Violada, saqueada, ultrajada, humillada, traicionada, vencida y conquistada, la vieja Europa llama a sus hijos. Sus templos destruidos, sus filósofos asesinados, sus poetas, bardos y escaldos censurados, sus sabios druidas proscritos, sus sorguiñas, seidkonas, vestales… quemadas en la hoguera. Mi sangre me llama a través de milenios y mi corazón palpita con el recuerdo de mis antepasados, de los héroes que elevaron megalitos, dólmenes, altares, estatuas… que a duras penas se han salvado del genocidio perpetrado por la espada de Sion.
Desarraigados, tus hijos te han olvidado. Tus arboledas sagradas fueron taladas, tus santuarios profanados, los viejos dioses denostados. Pero algo late dentro de todos nosotros, grabado a fuego en nuestra memoria genética. Algunos te hemos encontrado, Sagrada Madre, algunos hemos vuelto a ti. Pese al poder de sus mentiras, pese a la maldad de sus crímenes, no han podido conseguir que sus hijos olviden por completo a su madre.
Aún no estás vencida del todo, aún quedamos algunos que te somos fieles y estamos dispuestos a luchar por ti. Tu legado no se perderá, tu fuego no se apagará, te abrirás paso de nuevo entre las tinieblas.Renacerás. Una tormenta se avecina, la furia de tus hijos se desatará tarde o temprano. Los lobos proscritos vuelven a emerger del bosque, Wotan ensilla de nuevo su caballo y prepara su Hueste Salvaje. La decadencia llegará a su fin, la traición será vengada, tu sagrado suelo será de nuevo libre. La Cruz Solar resplandecerá de nuevo. Son tiempos difíciles, pero tu pueblo se resiste a morir. Aunque sea en una cabaña destartalada en medio del bosque, en las ruinas de un viejo templo destruido, en las montañas alejadas del pestilente ambiente de las ciudades, en los ríos, los lagos… tu legado ha sobrevivido hasta nuestros días.
Sagrada Madre, esclavizada durante siglos, escucha mi juramento de fidelidad. Toma mi mano y deja que te ayude a levantarte. Juro que los expulsaremos al desierto otra vez, juro que te liberaremos. Escúchame, Madre Europa, no vas a morir. Somos pocos, pero somos los más fuertes. El corazón de nuestros enemigos se estremecerá con el aullido de los últimos lobos europeos.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Relato - Cicatrices

¿Qué que me pasa?
No estoy enfadada, no estoy triste.
Quizá sea simplemente que me eres indiferente, que ya no eres esa herida en lo más profundo de mí de la que brotaba la cálida y espesa sangre a borbotones. Cuando cada gota dolía como si un hierro candente estuviese permanentemente adherido a mi piel y la temperatura no disminuyera.
Ahora es la calma apacible que provoca el hecho de que seas una cicatriz. Ahora el dolor es constante, algo a lo que acostumbrarse hasta hacerlo más soportable.
Pero el problema de las cicatrices es que son indelebles. Están ahí arraigadas y no se pueden borrar aún con el paso del tiempo. El problema es precisamente ese, que te has hecho algo duradero en mi vida, y ya no me resulta fácil ignorarlo.
Y no sé cómo manejarlo. No sé qué hacer, porque nunca imaginé que cuando esto cicatrizara, el dolor constante superaría con creces la dolencia anterior.
Pero claro, nunca te podré decir que eres esa marca grabada en mi piel.
Nunca podré admitir que te has ganado a pulso el hecho de ocupar cada uno de mis sueños y pesadillas. Y nunca podré mirarte a los ojos, ser tan valiente como tú y reclamar un beso de tus labios como mío.
Porque perdí ese derecho cuando me enamoré de ti. Y ahora ya todo se basa en formalismos, en una cortesía tan fría como tu piel antes de abrazarte durante la noche.
Todo se rompió. Digamos que mi herida fue obligada a cauterizarse a marchas forzadas por causas ajenas, digamos que fui obligada a curarme de ti a base de cosas que yo no habría elegido.
Y ya no somos las mismas. Tú también has cambiado aunque no lo notes, no seas consciente o lo hayas hecho adrede. Quizá haya sido lo mejor según tú.
Pero después de todo esto siguen lloviendo sobre mí las preguntas sobre mi estado de ánimo.
¿De veras son necesarias?
Es simplemente la lucha de una cicatriz que se ha formado y trata de contener un torrente de sentimientos que antes me desangraba.
No sé si decirte que cuanto trato de superar mi adicción, lo hago con las personas menos indicadas.
Así que concluyo mi alegato diciendo que ya no sé qué me duele.
Si el hecho de que no me hieras como antes, o precisamente que echo de menos aquel tiempo en el que te importaba tanto como para no hacerme daño.
Quizá nuestras mutuas indiferencias son tan afiladas como el filo de un puñal y se me clavan en el alma, tan certeras como un fragmento de hielo que me quema por dentro.
Quizá simplemente te echo de menos, o simplemente no quiero echarte de menos. O echo de menos las ganas de echarte de menos.
O tal vez lo que me suceda es que estoy perdida y ya no sé cuántos puntos de sutura le he dado a mi corazón y a mi mente.
Quizá solo me haga falta salir a la superficie para respirar.