martes, 29 de noviembre de 2016

Relato - Razhak y Lyzard: Primer encuentro

Aquí os dejo un extracto de mi libro no publicado: Olvidados por los Dioses (Segunda Parte)

Razhak y Lyzard: Primer encuentro.

[…]
La guerrera continúa con su visita. De pronto se encuentra con uno de esos corrales de prácticas y con una media sonrisa decide probar suerte.
Se aproxima a la verja y espera pacientemente a que finalice el combate que está teniendo lugar. Un muchacho castaño, de pelo largo y ojos oscuros, se enfrenta encarnizadamente a una joven con la cabeza rapada. Ambos son muy hábiles, pero la mujer es más rápida. Con un veloz giro sobre sí misma desarma a su oponente.
Cuando terminan, ambos se estrechan las manos y la chica echa un vistazo a su alrededor, con superioridad. Su mirada encuentra la de Razhak y la increpa alzando la barbilla.
— ¿Eres tú la siguiente? —le pregunta— Bien, dicen que los de tu raza valen la pena como oponentes y eres la primera que veo por aquí. Quiero comprobar si los rumores son ciertos.
—Espero satisfacer debidamente tu curiosidad —desafía la guerrera.
Cuando salta dentro del corral y desliza la mano hacia el cinto para desenvainar la espada, un hombre alto pone la mano en el hombro de la joven rapada y la retiene, ganándose una mirada de desdén por parte de ésta.
[…]
—Pero tú me has superado, me quito el sombrero ante ti —Rudy parece realmente admirado—. Lo que cuentan de tu raza es cierto e incluso parece que se queda corto.
—Por desgracia me has quitado el… placer de comprobarlo por mí misma— añade sugerentemente una voz tras ellos.
Cuando se dan la vuelta ven a la chica de la cabeza rapada, con un puñal en cada mano.
—Yo soy Lyzard. Y, si nadie se opone, voy a combatir contra ti —afirma, lapidariamente.
Razhak asiente con la cabeza y mientras se dirige al baúl donde están las espadas de prácticas, no puede dejar de notar como la mirada de Lyzard se clava en ella, analizándola.
Cuando le devuelve la mirada, la guerrera se da cuenta de que la muchacha a la que está a punto de enfrentarse tiene un ojo de cada color. El derecho azul y el izquierdo verde. Eso le trae recuerdos de una mirada que le hace estremecerse. Kara y Neifile vuelven a su imaginación para regalarle un escalofrío que la recorre por completo.
—Pensaba que era difícil encontrar a alguien de tus… características —Razhak vacila antes de decir esta frase.
La joven la mira aún más fijamente y sus ojos desprenden un brillo malicioso.
—Mi madre era una súcubo, si es a lo que te refieres. Se enamoró de un hombre y yo fui el fruto de sus encuentros. Pero no está en nuestra naturaleza el saber llevar una larga y próspera relación, así que mi madre tuvo que huir para salvarle la vida. Me tuvo a mí, pero tampoco tenía demasiado instinto maternal, así que digamos que nunca hemos tenido mucho contacto —aclara la muchacha.
—Bueno, no quiero posponer más el combate, así que comenzamos cuando quieras —dice la guerrera.
—Estoy de acuerdo. Perdona, no suelo perder el tiempo con charlas banales. Soy más de actuar —repone Lyzard, calmada pero sensualmente.
Ambas adoptan una posición de tensa espera. La rah-zaken sopesa el arma. Es mucho más ligera que Zah-Erin, lo que le aportará velocidad. Pero a la guerrera le da la sensación de que se le va a deshacer en las manos. Es mucho más frágil que una espada legendaria, sin duda.
Las dos contrincantes van dando vueltas, retándose y evaluándose con la mirada, pero ninguna da el primer paso. Al evaluarla, Razhak no puede evitar pensar que es una mujer muy atractiva. Tiene la cara afilada y la nariz pequeña, respingona y su media sonrisa crea un hoyuelo en su mejilla. Además, tiene los labios delineados y sugerentes y el pelo que le cae de forma desordenada sobre un lado del rostro, junto con el rapado, le dan un aire salvaje.
Lyzard parece darse cuenta de que la guerrera no está pensando precisamente en la mejor manera de derrotarla, porque empieza a mover sensualmente las caderas sin dejar de dar vueltas. Es un movimiento casi imperceptible, pero es captado por la guerrera, que teme ruborizarse en medio del combate.
— ¿Nerviosa, rah-zaken? —tantea la chica.
—El término exacto sería… ansiosa —ante este comentario, Lyzard abre los ojos con sorpresa y con interés— por probar tus puñales —aclara Razhak, sonriendo cortésmente.
La otra joven alza una ceja, quizá avergonzada por haberse puesto en evidencia, así que sin más preámbulos lanza un ataque directo con uno de los puñales, casi por probar. Razhak lo frena sin esfuerzo y le devuelve el ataque, pero Lyzard parece conocer el punto por el que la guerrera va a intentarlo e interpone ambos puñales cruzados para frenar el ataque en seco.
La guerrera reacciona rápido y nada más rozarse los metales se gira para situarse detrás de su rival, que ya no está allí. Sin embargo, para sorpresa de la guerrera, de pronto siente un cuerpo pegado a su espalda y el frío metal de una de las armas de su oponente en el cuello. Nota la respiración tranquila y acompasada de la joven súcubo en la nuca y sus curvas amoldándose a su espalda. Se queda congelada, sin saber cómo reaccionar.
—Bueno, guerrera, ya has probado mis puñales. Espero que te hayan dejado satisfecha. ¿Hay algo más que desees probar? —susurra.
—De momento estoy servida, gracias —responde la rah-zaken.
—Una pena. Me habría gustado ver cómo salías de esta —se lamenta Lyzard.
Dicho y hecho. Razhak mete su pierna entre las piernas de la otra joven que, despistada como estaba, no se lo espera y se desequilibra. La guerrera le da un golpe seco en el estómago que la deja sin respiración y cuando se repone y va a contratacar, la rah-zaken la ha agarrado por las muñecas.
Sus rostros quedan muy cerca y sus ojos a la misma altura. Los de ambas brillan.
—Ya que no me has dejado mostrar mis habilidades con la espada, he pensado que a lo mejor te gustaría ver cómo me desenvuelvo… cuerpo a cuerpo —sugiere la guerrera.
Nota como la súcubo forcejea entre sus manos. Es fuerte, pero la rah-zaken también. Ejerce un poco más de presión sobre las muñecas y ve cómo Lyzard aprieta la mandíbula.
Si aprieta lo justo puede partírselas. La otra joven lo sabe.
La guerrera aprieta más y, finalmente, Lyzard profiere un quejido.
— ¡Vale! —exclama—. Me rindo.
—No falla nunca —sonríe Razhak.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Relato - El taxista

Fernando iba en su taxi, recorriendo la oscura carretera. La oscuridad de la noche le impedía ver nada, pero el ya estaba acostumbrado a ese itinerario. Había terminado su jornada laboral, ya lo único que le quedaba era dejar el taxi en la central y volver a casa con su esposa.
Todo parecía normal, como todos los días, hasta que vio a una joven parada en la carretera. Iba desaliñada, con una blusa blanca bastante sucia. Parecía que se había perdido. Sin pensárselo dos veces el taxista paró el auto.
Sin decir nada la chica subió al auto, empapando la tapicería trasera en el proceso, consiguiendo así que Fernando pusiera una ligera expresión de desagrado.  Al subirse la joven, el conductor le preguntó lo mismo que les preguntaba a todos los clientes que subían a su taxi, una rutina que llevaba repitiendo muchos años.
— ¿A dónde quiere que nos dirijamos, joven? —preguntó Fernando, con su habitual tono desenfadado que le caracterizaba.
—Mi casa está en la próxima ciudad —dijo la joven secamente—. Allí le diré donde me tiene que dejar.
Sin decir nada más, el conductor arrancó el taxi. En dirección a la ciudad donde tenía previsto dirigirse. El viaje fue muy silencioso, cosa que inquietaba a Fernando, el cual gustaba de charlar con sus pasajeros. Echó una mirada fugaz a  la chica que llevaba en el asiento trasero. Se veía como distante, con la mirada perdida. Esto preocupó al taxista.
—Oye, muchacha. ¿Te encuentras bien? No tienes muy buena cara.
—No se preocupe. Estoy bien —le respondió la chica con una casi imperceptible sonrisa.
El viaje continuó sin problemas. Hasta que, sin previo aviso, la misteriosa joven dijo una frase que helaría la sangre a cualquier persona normal. Habló con una inquietante voz trémula.
—Tenga cuidado. En esa curva morí yo.
Después de oír eso Fernando disminuyó la velocidad del taxi, y tomó la curva con mucho cuidado.
—Es cierto, guapa. Las curvas en esta carretera son muy traicioneras. Menos mal que yo me la conozco —dijo Fernando despreocupadamente con una sonrisa.
La chica le miró con una gran expresión de sorpresa. En todos los años en los que llevaba haciendo su “trabajo” nunca le había pasado algo como eso. Tenía que preguntarle, seguramente lo entendió mal.
— ¿No lo ha entendido? ¡Hace muchos años yo morí en esa misma curva! ¿No le aterra llevar un fantasma en su auto?
En respuesta, Fernando soltó una risotada.
—Ja, ja,ja. Mira, cielo. En todo el tiempo, y te puedo decir que ha sido bastante, que llevo en el oficio he escuchado historias mucho más raras que la tuya. Ya estoy curado de espanto.
El fantasma de la chica se había quedado con la boca abierta de la impresión Siempre que hacía su “trabajo” o afición (según como se vea) nunca le había pasado esto. Sus víctimas siempre caían víctimas del miedo y del terror. Lo que hacía descontrolar sus coches, y morir en la misma curva donde ella murió tiempo atrás.
«Definitivamente, ya es hora de que me tome un pequeño descanso» pensó el fantasma. Y sin decir nada, desapareció del asiento trasero del taxi, dejando sólo al único hombre que le había vencido.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Relato - Viaje por los nueve mundos

Tumbado en la cama, escuchando la lluvia caer en la calle, apago las luces y las notas de Rundgang Um Die Transzendentale Säule Der Singularität de Burzum me trasladan a un estado de tranquilidad. Así comienza mi viaje por los Nueve Mundos. Como el Padre de Todo, colgaré durante nueve noches del árbol el cual nadie conoce el origen de sus raíces para obtener la sabiduría, para descubrir las runas. Sosegado, en la oscuridad de mi habitación, recuerdo los tristes acontecimientos recientes, la felicidad de los dos últimos años, mis años de estudiante en Granada, mi adolescencia, mi infancia más remota… y sigo viajando en el tiempo, hacia la época de mis antepasados godos y celtíberos y aún más allá, hacia la Era Ancestral. Me veo de pronto tumbado, cubierto de pieles, en una cueva, con un frío glacial en el exterior. Es la vieja Europa de hace miles de años. Viajo aún más, hacia el nacimiento de la Tierra y aún más, ahora soy sólo polvo de estrellas, y llego al origen de todo, al Vacío Primordial, donde está concentrada toda la energía latente, pero aún sin forma ni manifestación. Es el caos primigenio, antes del nacimiento de Ymir.

Helheim

He descendido al Reino de los Muertos, donde está el principio de todo y donde al final todo regresa. Es un lugar sombrío, lleno de nieblas, en el que se siente una gran energía. He visto a Ensi de nuevo, me ha recibido en la Playa de los Cadáveres, donde están la gente sin honor y los condenados. Ella me ha reconfortado y me ha guiado hacia adentro, donde estaban mis abuelos. He podido darles un abrazo y ver que están bien. En aquel lugar no hay dolor, tampoco placer, sólo hay quietud. Me han conducido ante Hela y Garm, su perro guardián, me ha recibido con ladridos. No le gustan los vivos.
La Diosa de la Muerte me ha dicho que aún no ha llegado mi momento y que no me preocupe demasiado de las cosas, pues al final todo pasa y lo que surge del Helheim regresa a él. Todo son ciclos y al final hay que morir para volver a nacer. He sentido cierto miedo, estaba ante la muerte, incluso he llegado a creer que no podría salir de aquel lugar, pues quienes visitan ese reino nunca pueden regresar después. Sin embargo yo sólo estaba de paso allí, como Odín, que descendió para recoger las runas y luego regresó. He abandonado ese lugar oscuro recibiendo la fuerza primigenia, recuperando mi vigor. He meditado con la runa Uruz y he recibido su energía. No lo he visto, pero sé que el buen Balder estaba allí y que un día regresará, pues el Sol siempre vence a la oscuridad.

Svartalfheim

Desciendo desde las cavidades de las montañas hasta lo más profundo de la Tierra y desde allí, por grutas angostas, llego a Niðavellir, los Campos Oscuros, el Reino de los Tuergos. En aquel lugar puedo ver a los tuergos trabajando afanosamente, todo lo que me rodea es oscuro, este es el interior profundo de la Tierra y no alcanza el Sol. Visualizo una fortaleza llena de tesoros, de diamantes y otras piedras preciosas, paredes de oro y grandes y magníficos artefactos. Todo tiene una atmósfera steampunk. Siento el gran poder de la Tierra y todas sus energías.
Al salir de la fortaleza se extiende una gran llanura, como en otro plano de la realidad, y tras ella un bosque oscuro. Me adentro en él y siento como los elfos oscuros me asaltan. Un aura de protección impide que lleguen a tocarme, pero todos intentan asediarme. Mi fylgja, mi seguidor, me protege de ellos y visualizo la runa Nauthiz. Allí están mis miedos más profundos, mis temores infantiles, mis pesadillas, todos los traumas que a lo largo de mi vida me han asolado. Es el miedo, los nervios, las energías más primarias, las bajas pasiones, las manías, los vicios, los instintos más bajos, los celos, las fobias, los odios…
Todo ello me asalta, de ese miedo se nutren los elfos oscuros y los elfos negros, pero paso sereno entre ellos y no pueden dañarme. Los tuergos, en cambio, representan lo material, la tecnología, la creación, pues son formidables artesanos. En ese mundo subterráneo habitan criaturas sin ojos, alimañas peligrosas, seres celosos de su propiedad que recelan de todo intruso. Por eso debo marcharme pronto de allí. A los seres del mundo exterior nos consideran débiles e inútiles, pero se nutren de nuestros miedos.
Antes de irme dejo allí todas mis inseguridades, todo mi odio, todos mis miedos, todo el rencor acumulado durante años. Esos malos sentimientos, esas bajas pasiones, quedan allí enterradas y yo me nutro de las fuerzas positivas de la Tierra, de su energía telúrica, que me reconforta y me hace aprender de todas las malas experiencias.

Jotumheim

Thor, mi protector, el amigo de los hombres, me sube en su carro y me lleva surcando los cielos hasta los confines de Miðgarð. Una imponente cadena de montañas heladas marca el final de nuestro mundo y allí es donde el Dios Tronador me dice que no puede acompañarme, que este viaje me corresponde a mí solo. El hijo de Odín se quita su cinturón y sus guantes y me los entrega, después me da su poderosa arma, el Mjöllnir. Voy a necesitar esto en mi viaje.
Desciendo por las escarpadas montañas y siento como antiguos ojos me observan. Un viejo y oscuro bosque cubre la ladera y escucho aullidos profundos que me hielan el corazón. De entre los árboles emerge un imponente lobo, mayor que cualquiera que jamás haya visto. Se abalanza a por mí, ese lobo son mis miedos, mis aflicciones… es uno de los lobos de Angrboda, la giganta que envía los pesares. Sin temblar empuño el Mjöllnir y lo lanzo contra él, abatiéndolo. El martillo de Thor, cubierto por la sangre de mi enemigo, regresa despacio a mí con sólo extender la mano derecha.
Sigo avanzando y esta vez es un terrorífico troll quien me ataca. Me intenta golpear pero yo esquivo sus acometidas una y otra vez hasta que en un descuido, el martillo impacta sobre su cabeza y lo deja fuera de combate. Sigo avanzando y son muchos los espíritus salvajes que me acechan, pero siento el poder del Mjöllnir, esta magnífica arma forjada por los tuergos me protege de todo mal.
Por fin llego a Jotunheim, el Reino de los Devoradores. Es un lugar agreste, descomunalmente grande y ante mí aparece un viejo conocido, es un jotun que hace diez años me destrozó la vida y casi acaba conmigo y que regresó para terminar su trabajo. Esta vez, aunque infringió un gran dolor, no pudo derrotarme, lo puse de rodillas y ahora estoy aquí, en su propio hogar, para devolverle la visita. Es enorme y yo parezco insignificante frente a él. Aquí cobra un gran poder, estamos en su mundo, pero yo lo dejé malherido en el último enfrentamiento.
Como no pudo acabar conmigo atacó a alguien muy importante para mí, más vulnerable, y le causó un gran dolor. Ella no pudo vencerle pero hoy estoy aquí para vengarme y visualizo la runa Thurisaz, lanzo el Mjöllnir sobre él y consigo derribarle. A mi merced, después de un duro combate, destrozo su cráneo en mil pedazos. La vieja deuda está saldada.
Sigo adelante y llego a la imponente ciudad de Utgard. Aquí estoy en zona desconocida, fuera del recinto protector, soy como un ratón en medio de criaturas que pueden aplastarme en cualquier momento. Aquí está la ira, la lujuria, las energías salvajes, la fuerza bruta y destructora. Los Devoradores, los Etones, los Gigantes, moran este lugar. A veces es necesario un estallido de ira para limpiar todo, para barrer y empezar de nuevo. La tormenta desatada con toda su violencia puede arrastrar aquello que está viejo e impide que la Naturaleza se renueve.
Los gigantes son una raza muy antigua, más que los dioses. Son sabios y poderosos y no puedo marcharme de aquí sin buscar el Pozo de Mímir. Con dificultad llego a él y logro beber de sus aguas, aunque sólo un trago minúsculo, casi insignificante. Todas mis vivencias, todo lo que me ha ocurrido, sin duda me han hecho más sabio y regreso a Miðgarð con ese conocimiento que he obtenido.

Nifelheim

Me adentro en el Hogar de la Niebla, un blanco brillante me ciega al llegar aquí, todo es frío, todo es quietud. Siento una gran calma, un silencio absoluto, no sopla el viento ni hay animales o ruidos de ninguna clase, sólo una tremenda quietud y la sensación de que todo está en un estado latente.
Camino por entre la espesa niebla y puedo ver andar en silencio a los gigantes del hielo. No reparan en mí, un insignificante humano que se estremece ante la sensación de inacción absoluta que hay en este mundo. Puedo ver a Niðhöggr, royendo las raíces del Yggdrasil, incesante pero en silencio. Últimamente ha habido una gran convulsión en mi vida y necesitaba esta paz, esta quietud. Necesitaba la calma absoluta de la que disfruto en este lugar. Cierro los ojos y me viene a la mente la runa Isa que me transmite paz y la sensación de que en la vida hay momentos en los que se debe recuperar la calma, reposar, dejar que las cosas vuelvan al punto original y mantenerse a la espera.
A veces tengo la sensación de querer hacer muchas cosas a la vez, un gran nerviosismo, siento que se me acaba el tiempo, como si tuviese prisa por vivir, tal vez porque siento que he desperdiciado mucho tiempo y tengo ansia por recuperarlo. Pero ahora es el momento de recuperar la tranquilidad, de actuar con calma, de tener paciencia. Siento una gran relajación aquí pero he de regresar y continuar mi vida después del necesario parón para recuperar las fuerzas.

Miðgarð

Nuestro mundo, nuestro plano de la realidad, es el mundo consciente. Apenas conocemos nuestra Tierra, nuestro Sistema Solar… pero el Miðgarð es inmenso, inimaginable a nuestra mente humana. Vivimos en la Tierra Media, en donde se produce el equilibrio de los extremos, somos criaturas vulnerables, imperfectas, débiles… simples mortales que a lo sumo en el mejor de los casos no estaremos más de noventa o cien años en el Miðgarð. Eso no es nada comparado con los millones de años que nos contemplan.
¿Por qué estamos aquí? Es la gran pregunta que todos nos hacemos y la respuesta sólo el Altísimo la conoce. Debemos aprender de nuestros numerosos errores, crecer, evolucionar… aprovechar el viaje, que dura muy poco. La vida es un regalo, una oportunidad y al ser imperfectos, podemos mejorar y aprender sin fin, podemos dejar un legado a nuestros sucesores y tenemos la obligación de custodiar la llama de nuestros antepasados.
Uno ha de hacerse una pregunta ¿quiero pasar por el Miðgarð sin pena ni gloria? Yo tengo claro que no, que no quiero ser sólo uno más de los que nacen, viven y mueren. Quiero trascender, quiero que mi espíritu se eleve, quiero dejar un legado y quiero que mi fama sea grande. Quiero que mi vida tenga un sentido.
He desperdiciado demasiado tiempo y ahora siento que hay mucho por hacer y no sé si una vida alcanza para conseguirlo. He caído mil veces y al comienzo de mi viaje por los Nueve Mundos estoy de nuevo en el suelo, pero me levantaré otra vez. Medito con la runa Jera, la cosecha recogida, la justa recompensa a mis esfuerzos. Siento el vigor de Freyr y comprendo que, como en los ciclos naturales, como en las estaciones, hay un tiempo para cada cosa y al final se trata de morir y resucitar una y otra vez. Aquí, en el mundo consciente, puedo valorar lo que ha sido mi vida hasta ahora… y decidir lo que quiero que sea en el futuro.

Muspelheim

Viajo hacia el sur, hacia el Reino de los Gigantes de Fuego, de donde según las viejas historias vendrá la destrucción de todo, donde comenzará el Ragnarok. Surtur, el rey de los gigantes del fuego, blandirá su espada ígnea y arrasará con todo nuestro mundo. ¿Una tormenta solar? ¿El cambio climático? ¿Un holocausto nuclear? La Profecía de la Vidente se puede referir a muchas cosas…
El fuego desbordado es destructor y arrasa con todo, puede devastar como en un incendio forestal, como en una erupción volcánica… pero si consigues domarlo, es fuente de vida, nos da calor. El mayor salto evolutivo de nuestros antepasados fue domar el fuego. El fuego domesticado es la antorcha, es la luz entre las tinieblas, es la llama de la esperanza en medio de la oscuridad, es el calor del hogar que nos libra del frío, es la chispa de la creación.
Aquí siento mucho calor, sudo y, como en una sauna, expulso todo lo malo por los poros de mi piel, para quedar renovado. Es el fuego purificador, es el fuego de la regeneración que desbocado puede destruir todo. Me concentro en la runa Kaunaz, siento su energía, su luz. Siento su inspiración, la fuerza creadora necesaria para activar la materia dormida del frío y comenzar a crear de nuevo. Mi viaje está finalizando, ya sólo me quedan tres mundos por visitar, los más elevados. De aquí me llevo la chispa creadora necesaria para seguir adelante, la antorcha para iluminar mi oscuridad. Las tinieblas están llegando a su fin.

Vanaheim

Me adentro en la profundidad del bosque, donde todo es verde a mi alrededor. La densidad de la silva es abrumadora y veo una cueva con pinturas ancestrales en sus paredes. Me adentro en ella igual que si fuese a las entrañas de la Madre Tierra y veo en el interior, iluminadas por una tenue luz, a dos mujeres de exuberante belleza, con la cara pintada de rojo, bailando alrededor del fuego. Son sacerdotisas de Neþus y al verme entrar me toman dulcemente de las manos y me besan en las mejillas. Me despojan de mis ropas y siento su cálido y reconfortante abrazo. Me conducen al interior hasta un túnel y al otro lado, saliendo de la gruta, se abre ante mis ojos el mayor espectáculo natural que jamás haya visto. Es el Reino de los Vanir.
Los colores aquí son mucho más intensos, hay tantos tonos de verde que mis ojos mortales no pueden distinguirlos todos. A mi alrededor la vida florece sin parar. Estoy completamente desnudo, sintiendo la suavidad de la brisa y el agradable rocío moja mi piel al caer desde las copas de los árboles. Todos los arbustos, los árboles… que me rodean, tienen frutos sabrosos y me decido a probarlos. Al hacerlo mi paladar estalla de placer y siento un irresistible deseo, pasión sin medida, mi corazón se acelera, todo aquí estimula mis sentidos.
Los animales aquí son más grandes que en nuestro mundo, hay una cantidad incontable de ellos, sus pelajes brillan, el canto de los pájaros es como la más hermosa de las sinfonías y los benéficos Vanir me miran desde todas partes. Este es un lugar mágico, el seiðr aquí es tan cotidiano que para los habitantes de este mundo es como respirar. Siento una energía benéfica indescriptible, la fertilidad, la creatividad, el poder generador se apodera de mí. Llego hasta un lago de aguas cristalinas y me zambullo en él. Bajo sus aguas me siento joven, sano por siempre, y al salir de él es como si todos mis males hubiesen desaparecido. Estoy renovado, regenerado.
Medito con la runa Berkana y vienen a mi mente mi nacimiento, mi infancia, mi adolescencia, mi primer beso, la primera vez que compartí placeres con una mujer… incluso veo mi vejez y mi muerte, que están por llegar. Todo es un ciclo, todo es renovación, nacimiento, muerte y resurrección. Abandono este reino con la energía renovada, con mis heridas sanadas y con la fuerza creadora que necesito. Como si hubiese muerto y vuelto a nacer.

Alfheim

Me adentro en la espesura del bosque, es la hora del atardecer, el día y la noche se mezclan y es ahora cuando los elfos, las hadas y los espíritus del bosque en general se dejan ver. Llego a un cruce de caminos y escucho una dulce voz, una canción a lo lejos y veo unas luces en la profundidad del bosque. Me decido a seguirlas y llego a una gruta con una cascada. Ante mí se descubre el puente del Bifrost y avanzo sobre él, rumbo a los lugares más elevados de la consciencia.
Llego al Reino de los Elfos de la Luz. Aquí todo es puro, todos los habitantes de este lugar se comunican mediante el galdr, la más hermosa melodía. Cuando los humanos cantamos imitamos torpemente el lenguaje de los elfos, mucho más puro y perfecto que el nuestro. Todas las casas y los edificios no son como los nuestros, torpemente construidos, sino que ellos plantan fruta mágica de la que sólo existe en los árboles de su mundo, se arrodillan y rezan, haciendo que broten del suelo como un árbol más. Hasta los edificios son seres vivos aquí.
Los elfos respetan escrupulosamente la vida y no cazan ni talan árboles, se alimentan de esta fruta mágica y con ella plantan sus edificios. A diferencia de sus parientes los elfos oscuros, los elfos de la luz sólo conocen sentimientos elevados. Son nobles y orgullosos, desconocen el odio y las bajas pasiones que nos mueven tantas veces a nosotros. El materialismo carece de sentido para ellos, pues aquí todo es abundante y nadie envidia la suerte del otro ni pasa necesidad. Matan a aquellos que les intentan causar daño, pero desconocen la tortura y son incapaces de hacer sufrir a un ser viviente.
Aquí viven las hadas, que a veces visitan nuestro mundo, que nos cuidan y protegen. Ven a los humanos como criaturas frágiles e imperfectas de las que ocuparse. Este mundo irradia una gran fertilidad, la magia y la música son algo cotidiano. Los elfos no tienen el poder de los vanir, pero conocen la magia y la emplean en todo. Así mismo, ni las grandes obras de Wagner, Mozart, Beethoven, Bach, Vivaldi… pueden siquiera compararse a la composición más sencilla de uno de los elfos.
Es un mundo lleno de luz, los elfos viven de la luz del Sol, sin ella se mueren y es de los rayos solares de donde reciben su energía mágica. La temperatura de este reino es cálida y agradable, un halo sagrado de luz desciende entre los árboles y los elfos, las hadas y todos los seres de luz que habitan aquí pueden hacer crecer plantas con sólo cantarles. También comprenden el lenguaje de los animales.
Llego a la morada de Freyr, el Señor de los Elfos, que reina en este lugar. El Dios del Bosque, de la fertilidad, me da su bendición y siento como una agradable sensación de bienestar inunda todo mi cuerpo. El tiempo pasa muy rápido, las horas parecen segundos aquí, por eso muchos humanos no pueden volver cuando se adentran en este lugar. Me concentro en la runa Elhaz que me da protección y me conecta con lo divino. Muy cerca está Ásgarð, estoy casi rozando a los más Altos Dioses. Mi viaje está llegando a su fin y de este lugar me llevo la nobleza y los sentimientos elevados que necesitaré en mi vida, pues el mundo en el que vivo está lleno de odio y negatividad. Todo nos impulsa al consumismo, a las bajas pasiones, a satisfacer placeres inmediatos, al egoísmo… los altos ideales de los elfos equilibran la balanza.

Ásgarð

Se abre ante mí, a través de las nubes, el puente del Bifrost. Asciendo despacio por él, dejando muy lejos la Tierra, dejando muy lejos el plano consciente de la existencia y ante mí aparece una imponente figura. El dios Heimdall me mira con talante serio y me hace un gesto invitándome a entrar. Estoy en la mítica fortaleza de Ásgarð, el hogar de los Æsir, el plano más elevado de la consciencia. Freyja me recibe al llegar y me da un abrazo, consolándome por todo lo que ha sucedido. Me mira con una sonrisa y me susurra al oído: “lo has hecho bien”.
Le doy las gracias y me besa en los labios, la Señora de los Vanir, la diosa del amor, de la pasión y del deseo. De su mano recorro los Campos del Pueblo, Folkvangr, donde todos aquellos artistas que lograron la trascendencia viven para siempre, donde descansan en paz la mitad de los caídos. Dejo atrás la morada de Valfreyja y llego al palacio de Forseti, el dios de la justicia, de la paz y de la verdad. El dios me sonríe, me dice que he de solucionar cuentas pendientes, a su debido tiempo.
Más adelante está el palacio de Thor, el amigo de los hombres, el protector del Miðgarð, el Dios del Trueno, mi dios tutelar y el protector de mi familia. El Hijo de Odín me reconforta y junto a él están los campesinos, los artesanos, los pequeños comerciantes… las gentes sencillas, los que siempre cumplieron con su obligación en vida. El Hijo de la Tierra me da su bendición y siento como el Mjöllnir de mi cuello se ilumina y resplandece.
Más adelante está Fensalir, el palacio de la gran Madre Frigg. La diosa de la familia, quien amorosamente me besa en la frente y me reconforta. Junto a ella está Eir, la diosa de la salud, quien pone sus manos sobre mí para alejar de mi cuerpo todos los males. Las doncellas del palacio me acompañan y al dejar atrás la morada de la Madre de Todo, una colina se alza ante mí. En lo alto está el edificio más imponente que jamás un mortal haya podido contemplar. Me aproximo hacia él y sus numerosas puertas, sus techos enormes, me dejan sin palabras. Es el Valhöll, el Salón de los Muertos.
Un impresionante banquete se presenta ante mí, veo brindar en sus cuernos a guerreros de todas las épocas. Los viejos enemigos están aquí alzando sus cuernos y compartiendo el hidromiel. Están los guerreros de Eriulfo y los de Frávitas, unos llevan la cota de mallas goda y los otros la loriga romana, pero ya no hay rivalidad entre ellos. Están los soldados de los Tercios españoles cantando alegremente con sus antiguos enemigos ingleses y holandeses, soldados de Napoleón ríen con prusianos, españoles, italianos… carlistas y liberales recuerdan viejas batallas, milicianos de la CNT y falangistas se abrazan y comparten la comida, soldados del Ejército Rojo y de la Wehrmacht hacen chanza de sus viejas disputas. Hermosísimas valquirias me sirven un cuerno de hidromiel y me dan a probar la carne del jabalí que muere y resucita cada día.
Presidiendo la mesa un anciano tuerto, cubierto por su manto, con dos lobos y dos cuervos flanqueándolo, se sienta sobre su imponente trono. Me acerco respetuoso al Padre de Todo y visualizo la runa Ansuz que me conecta con los Poderes Sagrados. El dios predilecto de Frigg me hace un gesto de hospitalidad, estoy en la mesa del Padre de los Ejércitos.
Wotan, el Furioso, hace un brindis en mi honor y todos los miles de guerreros de aquella salan levantan el cuerno por mi lanzando un salve que me hace estremecer de emoción. Con un gesto, Odín, el maestro del éxtasis divino, el dios de la trascendencia, me invita a sentarme en su trono. Desde aquí veo los Nueve Mundos y mis problemas parecen totalmente insignificantes. Me acompaña a fuera, el Dios de los Muertos, y ensillamos juntos a Sleipnir, el majestuoso corcel de ocho patas, viajando a la velocidad del pensamiento a un frondoso bosque.
Allí, en un claro del bosque, el Thul Supremo arroja las runas. Extraigo una: Othala, la runa de la propiedad ancestral. Eso es lo que he de conservar cuando regrese a mi mundo. El Rey de los Æsir me dice que superaré las pruebas, que lo haré sentir orgulloso, y se desvanece. Él es el mago primordial, el iluminador, el Alto Dios.

Regreso al Miðgarð

Despierto de un profundo sopor y estoy en mitad del bosque. He pasado aquí nueve noches enteras, entregado yo mismo a mí mismo. El bosque, refugio de proscritos y lugar de retiro para los ascetas. He viajado por los Nueve Mundos, pero aquí estoy de nuevo. Es el momento de volver, de retomar mi vida y de seguir adelante. Lo que he aprendido en este viaje me ha de servir ahora. Se avecinan tiempos difíciles, cambios, aventuras tal vez. El Sol Negro brillará con fuerza en mi interior.

domingo, 13 de noviembre de 2016

¡Papiros de Guerra cumple un año!

Ya ha pasado un año desde que este blog y nuestro grupo literario fue creado. Ha sido un año intenso y lleno de altibajos, de alegrías y decepciones, nuevos miembros se han unido a nuestra familia y otros nos han dejado; pero esto es solo el principio. Puede que seamos un grupo joven que apenas haya empezado a recorrer un largo camino, pero lo recorreremos juntos y llegaremos todo lo lejos que nos permitan nuestras letras. Muchas gracias a todos aquellos que nos habéis acompañado en el trayecto, a cada lector que se ha emocionado con nuestras poesías, a cada mente soñadora que ha viajado por nuestros relatos, a cada intelectual que disfruta de las buenas letras. A todos vosotros os damos las gracias, esperamos que sigáis leyéndonos mucho más tiempo, y si sois nuevos y apenas nos conocéis razón de más para que disfrutéis de la lectura. Y recordad: el viaje solo acaba de empezar.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Poesía - Otoño florido

Bebo sin cesar mi ruina
de escombros repletos de vida
que no hacen más que atormentar
lo poco que le queda de dignidad
a aquella demagogia ligera,

Como el otoño queriendo ser primavera,

La melancolía ínfima de orgullo
pinta de gris el cabello del mundo,
mas anuncia que la vida es ahogo
y el ahogo es angosto
en nuestra garganta austera,

Como el otoño queriendo ser primavera,

Sonrisas forzadas de absurdos intereses,
que hacen de la inteligencia breve
y de la humanidad una utopía,
al igual que pensar sin poesía,
lo que a mi alma envenena,

Como el otoño queriendo ser primavera,

Las inertes hojas de mi alma
tienen libertad plena
y, aunque verdes en su día eran,
no pararán de revolotear ligeras
en el áurea de mi primavera

Porque mi otoño ya es ella.

martes, 8 de noviembre de 2016

Relato - Purificación

El rugido de la moto pasó a ser un ronroneo sutil que apenas resonaba en la calle de adoquines justo antes de detener su marcha por completo.
La persona que desmonta del vehículo lo hace con seguridad. Pero en la penumbra no se pueden esconder las sombras y la silueta que se recorta contra la tenue luz de la farola parece rígida, como si una parte de ella no quisiera estar allí. Se dirige con calma a la casa que tiene en frente, una mansión victoriana que le trae tantos recuerdos de épocas de su vida como se los traería a un estudioso del arte el estilo arquitectónico de la vivienda.
Dentro de la mansión la excitación ha empezado a hormiguear en la entrepierna de una figura que se asoma con discreción a una de las ventanas. Reconocería ese sonido de motor en cualquier parte.
Pero como siempre, debe mantener la compostura. Por eso la buscan, por eso la desean y la necesitan. Es la dama de hielo. Ella no se deja llevar.
            Suena el timbre.
Ricky aguarda con el peso apoyado en una pierna y el casco de la moto bajo el brazo. Cuando se abre la puerta y Samantha la mira, envuelta en su bata de seda de color borgoña, se siente como en casa. Pero es esa casa de la que uno siempre quiere escapar. Una casa que saca lo peor de uno mismo, pero una casa al fin y al cabo. Una casa a la que siempre volverás porque tus padres siempre te gritaron que no servirías para aspirar a nada más. Y a veces lo crees… y vuelves.
Y con esa mezcla de sentimientos borboteando en su interior, lanza la más desafiante de sus miradas a esa mujer que la observa con trazas de una media sonrisa en su rostro.
—Hola, Rick. Cuánto tiempo sin verte. Intuyo por tanto que las cosas te han ido bien —su voz es como acariciar el terciopelo manchado de sangre.
—No eres mi psicoanalista, así que no juegues a serlo —la voz de Ricky es la voz de una adolescente obligada a crecer demasiado rápido. Grave, pero con tintes de rebeldía y juventud.
—Ah, pero has venido aquí buscando terapia de choque —ante esas palabras la motorista reprime un escalofrío—, así que permíteme disfrutar de mi papel un poco.
— ¿Estás libre ahora? —Ricky trata por todos los medios que no se denote la urgencia en su voz.
— ¿Para ti? Siempre
Ambas entran a la casa. La puerta al cerrarse suena como una nota de un réquiem de alguien que todavía no ha muerto.
Suben las escaleras. Samantha va delante, evitando mirar por encima de su hombro los rasgos fuertes de esa morena que tiene los ojos clavados en su espalda. La nariz recta apuntándola siempre, porque esa mujer jamás baja la mirada.
«A no ser que se lo ordenen»
Sus labios, siempre en un rictus de dureza, pero tan cálidos y suaves al ser tomados por la fuerza. Sam sabe que los besos están prohibidos entre ellas por contrato. Pero una vez no pudo resistirse y los probó, y a Ricky en aquella ocasión no pareció importarle. Claro que… aquella vez nada pareció importarle.
Llegan a una habitación al fondo del pasillo y Samantha abre la puerta. Sus ojos de color verdoso apagado relucen por un momento, presos de la excitación que le reporta la anticipación de lo que va a ocurrir momentos después.
—Espera aquí. Ya sabes lo que tienes que hacer —ordena.
Y entonces Ricky se queda a solas con sus pensamientos.
La última vez casi acabó en urgencias por culpa de su afilado orgullo. Quiso soportar más de lo que podía y eso le costó bastante caro. Pero era un precio que estaba dispuesta a pagar por la redención y el apaciguar todo lo malo que poseía dentro de ella.
«El dolor estrangula al odio y lo deja atontado dentro de ti. El dolor hace que la culpa sea algo irreal. El dolor te transporta al plano onírico, donde solo puedes llorar hasta quedarte sin sangre. El dolor hace que no duela»
Sin titubear se deshace de sus vestiduras. Empieza por las pesadas botas que son seguidas por los ajustados pantalones de cuero. Por último se libera de la camisa negra y no puede evitar sonreír al pensar que su ropa es solo un reflejo de su coraza, en un color que ha elegido reflejo de su alma.
Deja todas sus pertenencias junto a su vestimenta, bien doblada en un rincón de la habitación, y se dirige a un arcón de madera que hay a los pies de la cama que preside la estancia. Del arcón saca un sujetador y lencería con remaches de plata a juego con unos ligueros de fino encaje, reforzados a su vez con tiras de cuero. Para la persona que viene esas prendas por primera vez sería como intentar resolver un galimatías, pero ella se las tiene bien aprendidas.
Una vez lista se sienta en un taburete que hay cerca de la puerta y enciende un cigarrillo. Lleva mucho tiempo sin ir allí. Ahora que la hija pródiga ha vuelto, su anfitriona no reparará en preparativos y eso le concede tiempo para consumir parte de sus turbulentas emociones en humo.
Y por fin entra, su platónica madre. Ella la hizo ser lo que es hoy en día. Le enseñó a estar por encima de las emociones, de la vida y de la muerte. Cuando la mira solo ve en sí misma un trazo de carbón dibujado en un folio sucio por esas manos, que se disponen a hacerla ganarse el cielo pasando antes por el purgatorio, y con un poco de suerte… el más desolador infierno.
Samantha ha escogido un body ajustado de látex, adornado con unas botas altas y unos mitones de piel. Todo en un color negro azulado. Ha optado por la sobriedad, así que gran parte de la noche le vendará los ojos. Al llevar en esto tantos años, una aprende a reconocer las manías y los patrones. Y Sam no es la excepción. Ricky la conoce my bien.
—Esta noche es especial, así que vamos a estrenar una habitación muy especial.
¿Especial? ¿Se refiere sólo al hecho de tenerla de vuelta? O… ¿sabe algo más? Es imposible que conozca los detalles que la han hecho acudir a su espinoso abrazo.
Y en ese momento se le aparece un rostro plagado de lágrimas, unas palabras pronunciadas entre sollozos con la voz quebrada, un corazón que ella ha roto y no puede reparar. Recuerdo que ni todo el vodka de los bares conseguiría borrar. No, es imposible que Sam conozca los detalles de su relación con Emma.
—Como quieras. Es tu casa, tú decides.
Aquella noche Ricky jugará un papel que no le es desconocido pero que nunca es agradable. La sumisión no es algo que pueda llegar a entender jamás, aunque a veces renunciar a todo control sea la única manera de conseguir evadirse incluso sí misma.
Por fin llegan a una puerta de roble, ornamentada con mucho detalle. Cualquiera diría que es una puerta preciosa, pero para esa chica esa noche, es un trozo de madera que la separará de todo lo bueno y puro que conoce.
Como había previsto, Samantha ha seleccionado para ella un fino pañuelo de seda negra. La oscuridad la envuelve y entonces sus sentidos se agudizan. Puede percibir el aroma a cuero, a látex. Un embriagador y denso perfume que procede de su acompañante y cómo no… el olor de la excitación y la anticipación que precede al sexo y que tan bien conoce, puesto que lo ha hecho emanar de incontables mujeres. No así tantas mujeres han conseguido extraerlo de ella. Ricky es una amante exigente. Prefiere tocar a ser tocada, abrazar a ser abrazada. Cuando la tocan siente que algo en su mundo se descuadra. Odia sentirse vulnerable. Poner sus emociones y sensaciones en manos de otra mujer la aterroriza.
—Cuenta en voz alta— exige la voz dominante pero controlada de Samantha.

¡PLAS!

El primer latigazo siempre es el más duro. El abrazo punzante del cuero sobre su espalda desnuda entremezcla realidad y ficción. Ya no es ella. Ahora es un pedazo de carne. No contiene alma, no contiene sentimientos. El dolor es su medio de huida. El dolor es el único contacto que entiende y tolera.
—Uno —pronuncia con claridad, impasible.

¡PLAS!

Un “te quiero” que ya no tiene sentido.

¡PLAS!

Una mirada de decepción que no ha sabido evitar.

¡PLAS!

Un corazón que ella ha roto y no sabe cómo reparar.

¡PLAS!

La ansiedad, la frustración… Todo reducido a cenizas por no estar a la altura

¡PLAS!

¿No podía hacer las cosas bien? ¿Era tan despreciable como siempre le habían dicho?

¡PLAS!

Poco a poco el dolor convierte su mente en una nebulosa. El escozor reemplaza a la angustia. Su cuerpo se queja por encima de su alma. Su corazón se curte y endurece al igual que la epidermis. Se merece ser castigada.

¡PLAS!

—Ocho —no titubea. Su voz se ha vuelto ronca, pero todavía es audible.
Samantha apenas puede contenerse. Había deseado tenerla allí, sometida a ella durante tanto tiempo… Sabía que se estaba saltando el protocolo y los golpes estaban siendo demasiado fuertes para ser solamente el comienzo de la sesión, pero notaba su deseo humedeciéndola de manera inclemente e inexorable. No podía parar. No tenía intención alguna de parar. El dolor era el medio de vida de ambas. Y si era la única manera de poseerla, así sería.