Aquella extraña sombra saltaba de árbol
en árbol con una velocidad increíble, mientras
soltaba esa extraña risa, «jijujuji».
El pequeño Gaal apenas podía seguirla con la vista. Finalmente, la criatura
saltó al suelo y se detuvo. Estaba mirando fijamente al niño con aquellos
enormes ojos felinos verdes y aquella gran sonrisa de dientes afilados,
manchados en sangre.
Gaal creía que estaba perdido, que esa
enigmática criatura lo mataría y pasaría a formar parte de las demás almas
errantes de los niños que se atrevieron a internarse en el bosque de noche. Sin
embargo, aquella sombra sonriente hizo algo que Gaal nunca imaginó: comenzó a
hablar.
— ¡Ho-la! —dijo la criatura con una voz
infantil—. ¿A qué se debe tanto llanto?
La criatura saltó un par de veces hacia
adelante, dejando que la luz de la luna
revelara su verdadera forma. Era un animal misterioso, podía caminar a
dos patas como un mono, pero con características propias de un felino. Su
pelaje era negro. Tenía unas enormes orejas puntiagudas, alargados bigotes y
grandes ojos verdes, propios de un felino. También poseía una alargada y peluda
cola anillada de color gris y negro, con un
espeso mechón negro en la punta. Sus patas tenían pequeñas garras y en
una de sus patas delanteras (que más que patas eran manos) llevaba una ardilla
medio devorada, con sangre aun goteando. Eso explicaba la sangre en su gran
sonrisa de colmillos afilados.
Al ver que Gaal no decía nada, el
pequeño animal terminó de devorar la ardilla medio comida y siguió hablando.
—Yo me llamo Txiligro. Tú eres un
cachorro de la aldea humana, ¿verdad? ¿Cómo te llamas?
—Gaal —dijo el muchacho mientras se
secaba las lágrimas—. M-me llamo Gaal.
Txiligro empezó a brincar y saltar
alrededor del niño, mientras soltaba esa risa que lo caracterizaba.
— ¡Genial! —exclamó Txiligro con alegría—.
Siempre quise hacerme amigo de un cachorro humano, jijujuji. Y dime, Gaal, ¿qué haces deambulando en este bosque de
noche?
—Yo estaba buscando materiales que me
había pedido el druida de la aldea cuando…
Gaal no pudo terminar la frase. Lágrimas
empezaron a cruzar sus mejillas y rompió a llorar con intensidad. Esta reacción
inquietó y preocupó al pequeño Txiligro. Se acercó cuidadosamente al niño y le
dio unas palmadas en el muslo.
—Gaal ¿te pasa algo, amigo? ¿Te duele
algo? —preguntó Txiligro preocupado por su amigo.
El joven muchacho poco a poco cesó de
llorar, su expresión se volvió triste y
melancólica.
—Me he perdido —dijo Gaal sollozando—. Nunca
volveré a mi aldea, y si vuelvo, volveré con la lista de ingredientes
incompleta. No sé cómo conseguir una rama de secuoya. La rama de secuoya debe
de tener semillas y no puedo recoger las ramas caídas al suelo. La secuoya es
un árbol demasiado alto y yo no puedo trepar tan alto. Nunca lo conseguiré.
Tras decir esto, el niño volvió a romper
en llanto. El pequeño animal, que ahora se consideraba su nuevo amigo se le
subió al hombro, y dijo:
—Yo te puedo ayudar. ¡Soy el mejor
trepador de árboles del bosque! Yo puedo subir a lo más alto del árbol y
conseguir esa rama de secuoya.
— ¿De verdad? —dijo Gaal secándose las
lágrimas.
Txiligro saltó del hombro del niño al
suelo y dijo con una gran sonrisa.
— ¡Por supuesto! Eres mi nuevo amigo
¿verdad?
—Gracias, Txiligro —dijo Gaal sonriendo—.
Ojalá yo pudiese hacer algo por ti… ¡Oh! Ya sé.
El niño sacó de la vaina de cuero que
llevaba del cinturón un pequeño y extraño
tubo de madera con orificios. Txiligro se acercó movido por la
curiosidad.
— ¿Qué es, Gaal? ¿Qué es¿ —preguntó
Txiligro con mucha curiosidad e impaciencia.
—Es una flauta. Cuando la uso puedo
crear música
El pequeño nuevo amigo de Gaal empezó a
brincar entusiasmado e impaciente por ver que hacía ese extraño objeto que
llevaba su amigo.
— ¡Úsala, úsala! —dijo Txiligro
entusiasmado.
Gaal se puso la boquilla en sus labios y
comenzó a soplar mientras sus dedos danzaban en los orificios de la flauta. Una
alegre melodía inundó aquel claro donde estaba él y Txiligro, su pequeño nuevo
amigo, empezó a brincar y bailotear alrededor de Gaal, movido por aquella
jovial y alegre melodía que producía el instrumento de viento. Después de un
momento, el muchacho paró de tocar la flauta.
— ¡Me encanta! ¡Es asombroso, amigo mío!
Jijujuji.
—Sí que lo es. Me la fabricó el druida
de la aldea… ¡Oh! —exclamó Gaal, como si hubiese recordado algo—. Tengo que ir
a por la rama de secuoya. ¿Me ayudarás, Txiligro?
— ¡Claro! Yo siempre ayudo a mis amigos.
Vamos, sígueme. Sé dónde está la Secuoya Milenaria.
Y con esto, Gaal y su nuevo amigo, Txiligro, se internaron en lo más
profundo del bosque. Hacia la gran Secuoya
Milenaria, a por el último ingrediente de la lista del misterioso druida
Refireo.